No le gustaba ese bar... era oscuro y siempre estaba lleno de humo. Saludo de mala gana al portero y bajo los escalones. Pensó que aquello era un antro, y no le faltaba razón. Se apretó la bata vencida que llevaba encima del pijama mientras el gorila que vigilaba la puerta le miraba con curiosidad. Había visto mucha gente rara entrar en el local, pero nunca una mujer como aquella. Era un madre joven, que aún conservaba su figura, sus ojos negros y un pelo oscuro que le caía por la espalda. Estaba harta de que su hijo se escapase todas las noches, pero al menos esta vez sabía a donde había ido. Maldita la hora en que el padre le regalo aquella trompeta. Se iba todas las noches con su trompeta a tocar por ahí. Ese muchacho la tenía en vela. El ruido se mezclaba con el sonido de los vasos al brindar y las risas de la gente que disfrutaba de la noche. Ese maldito jazz inundaba toda la sala, era lo que más le desagradaba de todo. El jazz había alejado a su hijo. ¿Dónde estaría?. Buscó y buscó durante un largo rato, pero no lo encontraba. Se paró la música pero el rugir de risas y vasos seguía. Un batería empezó a marcar el ritmo y el piano reflejó el sonido pausado del jazz, hasta que entró la trompeta. Reconocía aquellas notas al instante, y vio como la gente también las reconocía. Muchos aplaudieron, ella se quedo de pie, pasmada. Las notas iban y venían a las ordenes que los dedos del chico les ordenaban. La gente paró de reír y de beber. Ella empezó a ver a sus hijos como realmente era y empezó a llorar. La gente sonreía, y ella también.
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